jueves, 31 de enero de 2013

Deterioro

[31/1/2003]

Estoy perdiendo la memoria. Y no sólo eso.

Cada acción que emprendo se ve interumpida por un obstáculo, un error, algo que funciona mal.

El sistema, que todo lo controla, me rechaza y me deja afuera.

Quiero volver atrás, rectificarme, revisar mis últimas decisiones, pero no puedo.

Algo que ayer parecía sencillo, rápido, automático, hoy lleva tiempo y esfuerzo.

Miro hacia abajo y sólo encuentro una franja gris, sin rasgos.

No puedo seguir así. Tengo que reinstalar Windows.

Onda verde

[31/1/2003]

El taxista aceleraba todo lo posible, esa noche en que la avenida Córdoba estaba vacía. Al acercarse a una esquina, con el semáforo todavía en rojo, frenaba con ganas y me obligaba a agarrarme del asiento delantero para no irme de trompa. Esperaba un par de segundos, y en cuanto el semáforo empezaba a cambiar aceleraba otra vez al máximo, para repetir el ritual en la esquina siguiente. Así esquina tras esquina.

—Qué mal anda la onda verde —me dijo durante uno de esos ciclos, enojado, girando la cabeza hacia mí—. Los semáforos te ven venir y no reaccionan.

miércoles, 30 de enero de 2013

Chiste

[30/1/2003]

Estaba por anotar acá un mal chiste del que me reí solo durante un rato, pero pensé que la escena era irrepetible, que nadie más se iba a reír solo durante un rato de ese mismo mal chiste, y entonces no valía la pena.

Perro

[30/1/2003]

Llegamos a la conclusión de que los vecinos de arriba, cuando salen, dejan al perro encerrado en la cocina. El perro pasa horas tratando de cavar una salida por abajo de la puerta. Podemos oírlo. Desde nuestro departamento, las pezuñas que atacan las baldosas suenan como granizo desesperado, como un percusionista paranoico, como la tiza de un profesor chiflado que llena el pizarrón con fórmulas imposibles.

[30/1/2013]

Tuve que ir a confirmarlo. Los perros no tienen pezuñas. Son uñas, parece.

martes, 29 de enero de 2013

Quien ríe último

[29/1/2003]

Hoy, Google da 65 resultados para la frase "quien ríe último ríe mejor" (entre comillas). El último de los resultados, la última risa, es una página que empieza así:
"El partido entre el CC Gracia y el Falcons de Preferente se jugará. Ha habido justicia. El WO no fue justo. Lo que está claro es que el amigo Jordi Perpinyá quedará marcado por este hecho. No quiso jugar el partido y ahora se tendrá que jugar. El Comité de Competición y Disciplina de la Federación Catalana de tenis de mesa ha puesto cordura a un hecho poco habitual y en alguna medida sorprendente."
[29/1/2013]

Por si quedaba alguna duda de la evolución de la Web en estos diez años, acá tenemos dos pruebas al precio de una:
  1. Hoy Google da 180.000 resultados para la frase "quien ríe último ríe mejor".
  2. El link ya no anda. Más todavía: el texto citado solo se puede encontrar en la Mágica Web.

lunes, 28 de enero de 2013

Orejas

[28/1/2003]

¿Para cuándo los Teletubbies van a averiguar si las orejas de esos conejitos que se les cruzan en el camino están o no bien pegadas a la cabeza?

Problemas

[28/1/2003]

"La mayor parte de mis problemas no existe. Si soy capaz de contar dos o tres, y creo que hay tres o cuatro más, que de momento no recuerdo, entonces redondeo y digo: tengo cuarenta o cincuenta problemas pendientes."

(Escribí lo anterior hace ya un cuarto de siglo, en una novela que sigue inédita. Y todavía es cierto, aunque me empecino en creer que no.)

[28/1/2013]

(Y la novela sigue inédita. Y eso que dice sigue siendo cierto.)

domingo, 27 de enero de 2013

Reloj

[27/1/2003]

Sobre esa enorme pared blanca, un acondicionador de aire que asoma en soledad actúa como un perfecto reloj de sol.

sábado, 26 de enero de 2013

Frases malditas

[26/1/2003]

Hoy: Ya que estás

Uno tiene sus propios ritmos, sus prioridades, sus momentos de pereza y sus momentos de acción, sus entusiasmos, su modo de andar por la vida o de quedarse quieto. Y entonces, en cualquier momento, aparece alguien y dice:
  • Ya que estás cambiando esa lamparita, ¿por qué no revisás la instalación eléctrica del sótano?
  • Ya que estás conectado a Internet, ¿por qué no me buscás estadísticas sobre la mortandad de sapos en la zona sur del Gran Buenos Aires?
  • Ya que estás yendo a comprar una botella de vino, ¿por qué no traés papel higiénico, fideos, galletitas, yogur, leche, agua mineral, servilletas de papel, coca light, Siempre Libre, un kilo de manzanas, pan Fargo, mermelada de ciruela, shampú?
  • Ya que estás escribiendo, ¿por qué no revisás el informe que hice y que tengo que presentar mañana a la mañana?
  • Ya que estás saliendo, ¿por qué no le pagás las expensas al portero?
  • Ya que estás hablando por teléfono, ¿por qué no llamás también a Richi, que es el cumpleaños?
O la variante aún más temible y que prefiero dejar incompleta:
  • Ya que estás sin hacer nada...

Cumpleaños

[26/1/2003]

Mi mujer tiene algo con los cumpleaños. En su agenda lleva una larga lista de nombres de amigos y parientes, desde los más o menos próximos hasta los más o menos distantes, cada uno anotado en el día de su cumpleaños, acompañado por la edad que alcanza la persona en cuestión durante el año de vigencia de la agenda. Así, por ejemplo, el espacio que corresponde al 17 de junio en la agenda actual de mi mujer tiene esta anotación: "Eduardo (49)"

No es grave, excepto para quienes hacen un culto de esconder la edad. Y el sistema tiene la ventaja de que mi mujer puede recordarme los cumpleaños de mis amigos, que librado a mi suerte siempre acabo olvidando.

Lo malo es pensar que en un sitio oscuro, no muy lejos de aquí, debe haber una Antisusanne que escribe en una agenda idéntica, con la sola diferencia de que cada número entre paréntesis se refiere a una cuenta regresiva.

[26/1/2013]

Ahora, por supuesto, esa función la cumple Facebook. La de recordar los cumpleaños, digo. Con respecto a la edad, no todo el mundo la pone.

viernes, 25 de enero de 2013

Desmentida

[25/1/2003]

La frase que escribí acá abajo, esa de "La suma...", no tiene ningún sentido. Me desautorizo y me desmiento a mi mismo.

(O tal vez me gustaría desautorizarme y desmentirme. Por algo no borré la frase.)

Suma

[25/1/2003]

La suma de todas las anomalías posibles da el universo que tenemos.

jueves, 24 de enero de 2013

Idea para un relato policial

[24/1/2003]

Idea para un relato policial: el asesino logró entrar en la casa porque el llavero de la víctima era visible en una foto, que el asesino amplió y mejoró digitalmente hasta poder sacar una copia perfecta de la llave que necesitaba.

[24/1/2013]

En algunos sitios (poco confiables) apareció un artículo (con variantes) según el cual "Informáticos de la Universidad de California en San Diego han creado un software que puede duplicar llaves sin la llave original, únicamente con una fotografía de ésta". No sé, a lo mejor es cierto.

Músicos

[24/1/2003]

Tres de los músicos estaban sentados en hilera, en sillas iguales a las nuestras y a la misma altura, muy cerca de nosotros, los espectadores. Tocaban instrumentos de viento. Detrás de ellos estaba el contrabajista. Unos metros a la izquierda, el pianista. No era la sala principal de un teatro, sino más bien el hall.

Detrás de lo que debía ser la entrada a la sala había otros dos músicos, un poco escondidos para disimular la estridencia de sus instrumentos. Uno de ellos tocaba una especie de trombón combinado con una tuba, pero negro. El otro, curiosamente, tocaba el cello, y por supuesto no se oía nada.

Cuando la música terminó y los tres músicos de adelante se quitaron los instrumentos de la cara pude ver que eran muy viejos. Los aplausos entusiastas los tomaron por sorpresa y se pusieron a llorar, el de la izquierda con la cabeza apoyada en el del medio, el del medio con la cabeza apoyada en el de la derecha, el de la derecha mirando hacia un horizonte imaginario donde esos aplausos duraban para siempre.

"Qué raro que puedo recordar este sueño", me decía yo todavía dormido. No suelo recordar los sueños, pero este parecía destinado a permanecer. Y seguramente ese pensamiento, esa idea de estar recordando el sueño cuando todavía no había terminado es lo que me permite recordarlo ahora que saltó hacia mí como uno de esos muñecos con resorte que acechan en las cajas de las películas de terror.

Spam Zoo

[24/1/2003]

Spam Zoo es un "weblog que exhibe lo más monstruoso, sorprendente y ridículo del spam recibido". Muy bueno.

Aporto algo que me llegó ayer. Como en SpamZoo, "todo absolutamente textual":
Ahora que es tiempo es el mejor momento para asegurarse de cultivar la formación de su hijo...
Además:
sin el más mínimo esfuerzo,
véalos aprender mientras se divierten!!!

[24/1/2013]

Gracias a Blogger, Spam Zoo sigue ahí. El último post es de 2006.

martes, 22 de enero de 2013

Sigo esperando

[22/1/2003]

Sigo esperando. Los planes cambian sin que yo haga nada al respecto. La puerta está cada día más lejos. Viviendo en la superficie, las respuestas que uno tiene para cuestiones vitales parecen sacadas de un test de revista femenina.

Sueño

[22/1/2003]

Me escribe Jorge Varlotta:
Soñé que mi vecino se había mudado. "Con razón", pensé en el sueño, "hace días que ya no oigo maullar al gato". Me despertó el insistente maullido del gato del vecino.

Mirando mapas

[22/1/2003]

Hacía un tiempo que no miraba mapas. Y el otro día, siguiendo links medio dormido, me encontré inesperadamente con un planisferio. Es hipnótico: algo me obliga a mirarlo y mirarlo, recordando detalles o encontrando otros nuevos. Y esto último es lo que pasó.

Había una gran mancha en Asia, mayor que Mongolia pero más al oeste, donde los impresores de mapas solían gastar barriles de tinta verde para pintar sectores de la Unión Soviética. Lo que primero me llamó la atención fue que hubiera un país ahí: me falta entrenamiento para tomar los nuevos dibujos del mundo con naturalidad. Y enseguida, cuando recordé los varios Algo-stán que han tomado existencia oficial en los últimos años y me di cuenta de que tenía que ser uno de ellos, lo que me sorprendió fue el tamaño. ¿Tan grande? ¿Pero tan asombrosamente grande?

Claro, los planisferios engañan. Tal vez por eso la civilización occidental del hemisferio norte los puso de moda hace tanto tiempo. Europa se ve gigante, Estados Unidos también, y la sucesión Groenlandia-Canadá-Alaska-Rusia parecen ocupar más de la mitad del mundo. Eso contribuía a que Kazajstán se viera más grande de lo que es. Pero igual es el noveno país de mayor superficie de la Tierra (el octavo, por muy poca diferencia, es la Argentina).

¿Y ahora qué? Ahora tenía que saber más sobre ese nuevo universo, esos dos millones setecientos mil kilómetros cuadrados de planeta desconocido para mí. Busqué en Google (Kazakhstan, en inglés) y llegué al sitio oficial del presidente, donde todo reluce y es civilizado y turístico a la manera llena de tramas de Front Page. También al World Factbook de la CIA, sitio que no se puede esquivar si uno busca datos precisos; ahí supe, por ejemplo, de terribles problemas ambientales ("radioactive or toxic chemical sites associated with its former defense industries and test ranges throughout the country pose health risks for humans and animals; industrial pollution is severe in some cities; because the two main rivers which flowed into the Aral Sea have been diverted for irrigation, it is drying up and leaving behind a harmful layer of chemical pesticides and natural salts; these substances are then picked up by the wind and blown into noxious dust storms; pollution in the Caspian Sea; soil pollution from overuse of agricultural chemicals and salination from poor infrastructure and wasteful irrigation practices"); material de pesadillas. Y luego el asombroso sitio www.kz, donde es imposible ir a ninguna parte y sin embargo tiene un contador que, al día de hoy, marca 991.663 visitas. Y la Lonely Planet, que por algún motivo ignora la H y escribe Kazakstan, donde apareció un párrafo magistral, de esos que hacen que la literatura y el turismo evolucionen en paralelo: "If you're not a fan of endless semi-arid steppe and decaying industrial cities, Kazakstan may seem bleak as a month-old biscuit. And if it sometimes looks like the landscape has suffered from hundreds of nuclear explosions, well, parts of it have - ever since Russian rocket scientists started using Kazakstan as a sandpit in the late 1940s. But any country which uses a headless goat's carcass as a polo puck obviously has lots to offer."

Más tarde busqué fotos y otras formas de entrar aunque fuera de muy lejos a lo que debe ser vivir como una piedra en medio de tantas piedras, con la historia infinita de que habla el presidente en su página para respaldarlo todo. Y dos días después, en la casa de un amigo con mi mujer y mi hijo, se me ocurrió hablar de la nueva obsesión. Un poco se rieron. Pero Stefan sabe mucho de geografía y política, y tenía bastante presente que en Kazajstán hay un presidente autoritario, que el país llega hasta las montañas de Altai, que hay muchos alemanes que los rusos enviaron en épocas nazis por el temor de que se unieran al horrible Führer (luego comprobaría que más del cinco por ciento de la población de Kazajstán es de origen alemán).

¿Qué más aprendí?
  • El idioma oficial es el kazaco (o kazako), pero todos hablan ruso.
  • Rusia alquila unos cuantos kilómetros cuadrados, donde tiene el cosmódromo de Baikonur. Paga 115 millones de dólares por año.
  • La montaña más alta tiene casi siete mil metros, un metro por cada kilómetro de frontera entre Kazajstán y Rusia.
  • La capital ya no se llama Alma Atá, sino Astana.
  • La mitad del lago Aral pertenece a Kazajstán. Mejor dicho, la mitad de cada mitad en que el lago está separado ahora que se va secando.
  • Kazajstán no tiene costa marítima. Lo más parecido son sus casi mil novecientos kilómetros de costa sobre el Caspio, que es un lago salado a menos que los intereses de quien lo mencione requieran que se trate de un mar.
  • La región del Caspio es la segunda más rica en petróleo del mundo entero.
El fuego se apagó lentamente, hasta que terminé de aceptar que la lista de sitios por conocer no sólo es infinita sino también muy mala para la salud.

Y eso es todo. Un trozo de mi omnipresente ignorancia desapareció para siempre, con la típica paradoja de aumentar en proporciones desmesuradas lo que me queda sin saber. Lamento tantas palabras: nada más quería contar.

[22/1/2013]

Imposible actualizar todo. Mejor dicho: imposible tener ganas de actualizar todo.

Para empezar, ahora está la Wikipedia (en inglés, en castellano). El nombre en castellano no es Kazajstán, sino Kazajistán. El "kazaco (o kazako)" parece más bien ser "kazajo".

La película Borat, de Sacha Baron Cohen, apareció en 2006, tres años después de mi post.

En cuanto a los links: el "sitio oficial del presidente" no responde, pero tampoco aparece que no exista más. Dejo la duda. Me dejo la duda. El sitio www.kz sigue estando, pero sin contador. Todo se deteriora con el tiempo.

lunes, 21 de enero de 2013

Camino

[21/1/2003]

Hay nubes en franjas allá arriba, como si indicaran el camino para cosas importantes.

domingo, 20 de enero de 2013

Adolescencia

[20/1/2003]

A veces tengo ganas de contar por escrito mi adolescencia. No sé si podré, o cuándo: todavía me da vergüenza. Eso sí, debería hacerlo antes de olvidarla por completo, o de recordarla demasiado bien.

[20/1/2013]

Sigo igual.

El inspector

[20/1/2003]

El inspector recorrió con la mirada los rostros de los presentes, deteniéndose en cada uno el tiempo suficiente para provocar un escalofrío. Estábamos en la inmensa biblioteca de la familia Bookends, donde se decía que la mitad de los libros del mundo habían encontrado su lugar. Quizás esto último era una exageración, porque por allá arriba, cerca del techo inalcanzable, se podía ver una serie de estantes casi vacíos. Dos policías hacían guardia junto a la única puerta, también ellos ansiosos por oír el veredicto del más grande investigador de homicidios de la región, que nos había reunido allí para dar a conocer el resultado de la pesquisa.

De pie frente a la chimenea apagada, el inspector terminó de aterrarnos a todos y alzó el brazo izquierdo para echar una mirada al reloj pulsera. Tosió aclarándose la garganta y se volvió hacia un rincón.

—Es la hora, mi estimado... —empezó a decir, pero no pudo terminar la frase.

Allí en el rincón, el coronel Downright saltó de la silla y, antes de que pudiéramos impedírselo, extrajo un arma de su voluminoso abrigo y disparó, con tan buena puntería que destruyó por completo un jarrón chino que estaba justo a la derecha y atrás de la cabeza del inspector. Nos echamos sobre el coronel de inmediato, así que el segundo disparo, desviado, dio en la araña gigantesca que pendía de las alturas, desprendiendo más fragmentos de cristal que monedas hay en un reino.

Dominamos al coronel con facilidad, porque a pesar de su tamaño ya no tenía la fuerza de la juventud. Alguien le quitó el arma. Logramos que se sentara. Y allí quedó, sacudiéndose con violencia en un llanto silencioso. Nos giramos para no tener que verlo.

—Qué pena —dijo el inspector, que no se había movido—. Abrigaba la esperanza de que mi querido coronel Downright nos señalara al verdadero culpable.

Y mientras lo decía, trazaba un arco con la mano derecha y el índice extendido, tal vez ilustrando con el gesto sus palabras, tal vez buscando señalar él mismo al asesino que todos esperábamos conocer. Al final del arco, el dedo acabó apuntando directamente hacia la ventana, y bajo la ventana...

—¡Canalla! —exclamó el doctor Hardonall, poniéndose de pie y avanzando hacia el inspector mientras, él también, extraía un arma y disparaba. La bala se sumergió casi sin ruido en las páginas mansas de una antigua enciclopedia, a centímetros de la oreja izquierda del inspector.

Nos echamos sobre el doctor Hardonall, cuyas manos temblaban tan violentamente que no fue necesario quitarle el arma: cayó sola a nuestros pies, mientras su dueño se deshacía en improperios hacia el inspector.

—Llamen a la policía —gritó alguien junto a mí. Y entonces las risas aliviaron la situación: la policía ya estaba allí, sólo que no le dábamos tiempo para actuar. El que había gritado se ruborizó hasta las plantas de los pies.

Puesto bajo control el doctor Hardonall, de quien nadie habría creído posible tal arranque, el inspector volvió a aclararse la garganta.

—Veo que esto ha de ser más difícil de lo que creía -comentó, mientras se volvía hacia el dueño de casa, el señor Bookends en persona—. Mi querido señor Bookends, debo pedirle...

Otra vez la frase quedó inconclusa. El señor Bookends, que tenía fama de odiar las armas de fuego, saltó hacia adelante como disparado por un cañón, mientras extraía un cuchillo de entre las ropas. Pero algo salió mal en su cálculo, porque acabó tropezando con la silla de la señora Skinnychin y rodando por sobre el elaborado sombrero que la dama había creído oportuno traer a la reunión. El cuchillo resbaló de sus manos y fue a parar a un zapato del inspector, donde produjo un quiebre casi imperceptible de la perfecta superficie de cuero lustrado. El inspector no se molestó en recogerlo. Tampoco los policías de la puerta, que debían tener instrucciones de no actuar. Devolvimos al señor Bookends a su silla casi sin que ofreciera resistencia, porque se había golpeado el vientre de tal manera que apenas podía respirar.

—Iré al grano, entonces —dijo el inspector, frotándose la nariz—. Como todos saben, he estado investigando la muerte de la señora Frigidale, quien en su testamento había dejado todos sus bienes a su único...

—¡Miserable! —exclamó el señor Frigidale Jr., único hijo y heredero de la señora Frigidale, y mientras lo exclamaba lanzó su silla hacia atrás y se echó hacia adelante levantándose las mangas para disparar su mejor cross de derecha a la mandíbula del inspector.

Esta vez, agotados por tanta acción, nos quedamos inmóviles. Pero no hizo falta ayudar al inspector. El señor Frigidale Jr. no se había dado cuenta de que su único hijo, antes de abandonar la biblioteca por órdenes de su padre, le había atado entre sí los cordones de los zapatos. Por lo que su inmenso salto de tigre furioso acabó en una rodada por el piso, que incluyó un golpe certero a mi silla y terminó con el señor Frigidale Jr. y yo enredados entre las piernas de los demás.

Nos levantamos poco a poco, el señor Frigidale Jr. aún resoplando con furia pero tratando de aplacar los nervios y desatar sus cordones. Los policías de la puerta, como vi de reojo, hacían un esfuerzo para contenerse y no reír.

—Bien —dijo el inspector—. O no tan bien, pero digamos que estamos llegando al final del asunto. Como comprenderán —e hizo una pausa para sacar la pipa—, el caso es tan complejo que la búsqueda de un culpable nos ha llevado por caminos... inesperados.

Los puntos suspensivos sirvieron para que el inspector tuviera tiempo de posar sus ojos sobre el rostro angelical de la única joven presente en la biblioteca, la señorita Parkinson, quien no dejó de percibir el detalle.

—¡Cochino! —gritó la señorita Parkinson, perdiendo de pronto la compostura, mientras con un gesto aparentemente espontáneo tomaba en sus manos una de las más preciadas reliquias de los dueños de casa: un arco y una flecha traídas de lo más profundo del África desconocida, que ocupaban un sitio de honor en una pared de la biblioteca.

Cohibidos por tratarse de tan joven y delicada dama, estuvimos paralizados mientras la señorita Parkinson, con velocidad que indicaba una larga práctica, aprontaba la flecha, tensaba el arco y disparaba. La flecha atravesó la hombrera derecha del inspector, sin afectar la integridad física del hombre. Y allí quedó, como un adorno de jefe tribal.

La señorita Parkinson, agobiada por la situación, optó por desmayarse. Y entonces sí, nos apresuramos a contenerla, a hacerle aire, a depositarla suavemente en su silla, donde lentamente fue recuperando los colores habituales.

—Como decía —continuó el inspector, imperturbable—, la investigación nos ha llevado en direcciones no compatibles con las que inicialmente consideré al menos verosímiles. —Algunos de nosotros asentíamos, más para indicar que tratábamos de comprender la retórica del inspector que sabiendo hacia dónde iba—. Se trata de un caso complejo, con aristas que aún debemos pulir, pero en el que sin duda alguna ha habido una persona, y sólo una, culpable de asesinato.

Mientras hablaba, el inspector paseaba los ojos por la sala. Y justo cuando pronunció la palabra "culpable" su mirada coinicidió con la mía. No pude contenerme ante tamaña injuria. Poseído por una furia más allá de mi control, me puse de pie, aferré la silla con ambas manos y la lancé en dirección al inspector. Esta vez sí, la suerte estuvo en su contra. La silla le dio de lleno en la cara, extrayéndole un grito de dolor. Aprovechando el momento, el coronel Downright, que de alguna manera había recuperado su arma, volvió a dispararla, ahora acertando entre los botones prolijamente abrochados de la chaqueta del inspector. El doctor Hardonall, aún desarmado, arrancó la pistola humeante de las manos del coronel y también disparó, convirtiendo en fragmentos dispersos la rodilla izquierda del inspector, que ya venía desplomándose lentamente al suelo. El señor Bookends, que en el tumulto había logrado hacerse de nuevo con su cuchillo, lo clavó hasta el mango en el cuello del inspector, mientras el señor Frigidale Jr., que había entrelazado las manos para formar una maza temible, las descargaba sobre la cabeza del hombre que caía y caía interminablemente y dejaba salir de sí ríos de sangre que iban a parar a la gruesa alfombra que los Bookends habían importado de Persia. En tanto, la señorita Parkinson, que había recuperado sus fuerzas, descubrió una segunda flecha en el mismo rincón donde había encontrado la primera, y volviendo a tensar el arco la lanzó en la dirección general de la lucha, con tan buena fortuna que atravesó el ojo izquierdo del inspector, quien lanzó un último estertor y cayó definitivamente muerto sobre la alfombra ya inútil y sobre nuestras igualmente inútiles conciencias.

El problema, ahora, era que ni los policías de la puerta, que habían aprovechado la confusión para escapar de una buena vez, ni nosotros, sabríamos jamás quién era el asesino.

sábado, 19 de enero de 2013

Por tres

[19/1/2003]

Llegó a tal nivel de stress que debió cancelar todos sus compromisos para los próximos diez minutos.

*

Hundió la cabeza en la pantalla del monitor. Perdió una vida.

*

Iba a poner la otra mejilla cuando recordó que de ese lado tenía neuralgia.

viernes, 18 de enero de 2013

Afeitadas

[18/1/2003]

Quienquiera que haya inventado la máquina de afeitar de doble filo es un genio. Si el doble filo realmente afeita mejor, se trata de un hallazgo sorprendente. Y si no, entonces es uno de los mayores logros de la historia del marketing.

*

Cuando apareció la espuma de afeitar en aerosol, que con el tiempo iba a destronar para siempre la combinación de brocha y bacía, hubo una propaganda inmensamente efectiva. Alguien usaba la espuma mientras, con enorme felicidad, explicaba a los televidentes: "Yo también creía que lo que ablanda la barba es la brocha. Y resulta que es la espuma." Con énfasis en las últimas palabras. El truco fue transmitir, a todos los ignorantes y estúpidos que atribuíamos a la brocha propiedades inexistentes, que estábamos irremediablemente equivocados, pero a la vez que no éramos los únicos, y que aún teníamos posibilidad de redimirnos.

Sigo sin saber qué ablanda la barba. Pero es imposible afeitarse sin brocha o sin espuma. Eso sí: primero hay que mojarse la cara con agua caliente, y la barba está mucho más blanda después de ducharse. De todos modos no importa si aquella propaganda simplificaba las cosas, o era un engaño. Nos convenció a todos.

(Mi padre tardó en adaptarse a los tiempos. Seguía con su brocha y su bacía, hasta que estuvieron perdidas durante días tras su última mudanza, hace un año y medio. Como ya nadie vende brochas y bacías (y casi nadie sabe qué es una bacía), tuvo que comprar espuma en aerosol. No sé si luego encontró los objetos extraviados. Supongo que sí, pero ya no importa, porque mi padre jamás volvería a usarlos por propia voluntad.)

*

Afeitarse no es algo tan irracional y dependiente de la moda como puede parecer a primera vista. Es un homenaje a las grandes regiones del cerebro del prójimo que están dedicadas al reconocimiento de caras.

[18/1/2013]

Por supuesto, ahora uso máquinas de afeitar de triple filo. Todavía me resisto a aceptar que las de cuádruple filo tengan algún sentido.

Porteros eléctricos

[18/1/2003]

Por algún motivo, el ingenio colectivo no consiguió todavía un nombre mejor para los porteros eléctricos. "Portero eléctrico" es una expresión larga, molesta. Y todavía peor, ofensiva, cuando la abreviamos: "Sonó el portero", "Alguien tocó el portero". Los porteros (los de carne y hueso) deben sentirse agredidos cuando oyen esas frases. Nos acercamos y le decimos al hombre que está solo y espera allá en la planta baja: "El portero no anda". No entiendo por qué no responde con una trompada.

Claro, el portero de carne y hueso no es en realidad portero sino encargado. Pero "portero" es la palabra que está en mente de todos. Si no fuera así, el "portero eléctrico" se llamaría de otra forma.

*

El portero eléctrico de mi edificio tiene un problema de representación. Está girado noventa grados. La hilera inferior de botones no representa la planta baja, sino los departamentos C. La que sigue, los departamentos B. Y la de arriba los A. Tres hileras solamente, para un edificio con dieciocho pisos. Los pisos, a diferencia de lo que se ve en cemento y ladrillo, aquí son columnas verticales, una al lado de la otra. El piso de la extrema izquierda (por usar una expresión común en un contexto diferente) es el primero. El de la extrema derecha (ver comentario sobre la extrema izquierda) el 18.

*

En los últimos treinta años deben haber inventado otras tecnologías para los porteros eléctricos. Es difícil creer que no haya nada nuevo. ¿Por qué, entonces, tenemos que soportar esa maraña de cablecitos que no se entienden a sí mismos, tan poco resistentes a la humedad, que se prolongan en el espacio hasta esos antiguos aparatos símil teléfono que adornan la pared de cada cocina, donde la gente los cuelga mal y entonces nadie más oye nada hasta el día siguiente, la misma maraña de cablecitos de colores que se pone contenta como un perrito cuando viene el técnico, para sacar un par de tornillos con las manos engrasadas y volver a ponerlos tras alguna reparación sacada directamente de los Picapiedras?

Quiero otra cosa, algo diferente, que aproveche las ventajas de los nuevos sistemas de comunicaciones. Y no, no me consuelo con esa cámara miope que puso Cablevisión y que permite a los vecinos más neuróticos ver si tengo el mismo short de ayer, en directo, por el canal 98.

[18/1/2013]

Qué cosa ese servicio de Cablevisión y su canal 98. Me imagino que hace mucho que no existe. No existe, ¿no?

jueves, 17 de enero de 2013

Vi luz y subí

[17/1/2003]

Ayer empecé un weblog paralelo a este, "Vi luz y subí - Fragmentos encontrados cuando estaba de visita". La idea es anotar cosas que veo navegando y que me dan ganas de recordar. Nada mío. Tal vez se trate de un web-log en el sentido más estricto de la palabra. Están todos invitados. Espero que dure.

[17/1/2013]

Está ahí todavía. Pero duró una semana.

Y ni hablar de la cantidad de links que no sirven más.

miércoles, 16 de enero de 2013

La ciudad flotante

[16/1/2003]

Al amanecer, los barcos pesqueros salen de la ciudad flotante. Algunos tendrán la suerte de volver cargados, hurgando ya en un contenedor de comida de los que lanzan desde grandes cilindros de cultivo que están en órbita.

La ciudad flotante también está hecha de barcos y contenedores, y láminas de plástico, chapas metálicas, aglomeraciones de basura, cualquier cosa con posibilidades de flotar. Hay pocos recursos, y el más difícil es el aire: para cada diez habitantes existen nueve máscaras. Se pelea mucho.

No hay tierra a la vista. La tierra más cercana está a mil kilómetros, en alguna dirección imprecisa. Mejor. Nadie tiene ganas de ver tierra en estos días.

No es muy grande, la ciudad. En realidad es de las más pequeñas, comparada con otras que van a la deriva por el mar. Casi un pueblo: llega apenas a los diez millones de habitantes.

(Cualquier parecido con Waterworld es pura coincidencia. Kevin Costner no tuvo nada que ver con la redacción de este post. Y ahora caigo en la cuenta de que tampoco me dieron doscientos millones de dólares por escribirlo.)

martes, 15 de enero de 2013

Para verte mejor

[15/1/2003]


Obediencia

[15/1/2003]

Señaló con el dedo un punto vacío del horizonte y empezó a caminar. Obediente, la soledad lo acompañó.

[15/1/2013]

El séptimo de los textos que se abrieron paso hasta El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo.

Los anteriores están acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).

Josefa

[15/1/2003]

El 15 de enero era el cumpleaños de mi abuela materna. Nació en 1900: siempre fue fácil saber su edad. Murió en 1993. La recuerdo muy bien de cuando yo era chico: me iba midiendo en los botones de su blusa, cuesta arriba, a medida que crecía. Luego ella se iba midiendo en los botones de mi camisa, cuesta abajo. Vivimos varios años en su casa, también con mi abuelo materno que era un año más joven. Algún día tendré que escribir su historia, con la ayuda por supuesto tendenciosa de mi madre y alguna intervención de mi padre, y ya que estamos la historia de todos ellos, los que vinieron de España por parte de padre y por parte de madre. Será un buen emprendimiento. Habrá que voltear algunos tabúes. Habrá que escarbar mucho y encontrar un estilo. Ya veremos. Por ahora sólo quería recordar un poco a mi abuela, antes de seguir caminando en el desierto.

El quinto de Harry Potter

[15/1/2003]
Dumbledore lowered his hands and surveyed Harry through his half-moon glasses.

"It is time," he said, "for me to tell you what I should have told you five years ago, Harry.

"Please sit down. I am going to tell you everything."
(Adelanto del quinto libro de J. K. Rowling, Harry Potter and the Order of the Phoenix, que saldrá a la venta el próximo 21 de junio.)

lunes, 14 de enero de 2013

El Gran Houdini

[14/1/2003]

El Gran Houdini se hundía rápidamente en un mar con mil metros de profundidad. Llevaba las manos atadas a los pies, los pies atados a la cintura, el cuello atado a las rodillas. Las sogas, a su vez, iban rodeadas por gruesas cadenas de las que tiraba una bola de acero, maciza, con un peso de dos toneladas. Todo, Houdini y las sogas y las cadenas y la bola de acero, bajaba rodeado por una jaula estrecha, un cubo de un metro de lado, hecha con barrotes gruesos y soldados entre sí por expertos insobornables.

—Por fin —pensó el Gran Houdini— una situación de la que no puedo salir.

Y se relajó para disfrutar de la nueva sensación.

domingo, 13 de enero de 2013

Tres cascadas áridas

[13/1/2003]

Clara separó los dedos y dejó caer la arena en tres cascadas áridas.

—No iré —dijo María, paseando los ojos más allá del horizonte.

Adela se tapó la nariz y la boca con la mano, sin poder ahogar la risa que le hacía cosquillas desde adentro.

Clara pisó con rabia la arena caída y deseó volver a tenerla en su poder.

Marta decidió cooperar, pero nadie se fijó en ella.

—Pueden dejar de insistir —dijo María, cruzando los brazos bien apretados contra el pecho.

Adela se sentó en una piedra, todavía sacudida por fenómenos internos.

Marta decidió no cooperar, pero nadie se fijó en ella.

Mientras tanto, Nora caminaba por el borde, con los puños apretados, a un centímetro de caer para siempre.

sábado, 12 de enero de 2013

Cerró la puerta

[12/1/2003]

Cerró la puerta tras de sí. Allá afuera, sus pasos se apagaron en los charcos de lluvia.

Cerró la puerta con un golpe. Una vez afuera, corrió a lo largo de los charcos de lluvia.

Cerró la puerta sin piedad. Corrió por la calle, saltando de un charco de lluvia al siguiente.

Cerró la puerta sin mirar atrás. Tampoco se volvió luego, mientras corría por la calle mojada.

Cerró la puerta como si eso bastase para huir. Luego corrió bajo la lluvia.

Cerró la puerta, le pareció insuficiente y agregó dos vueltas de llave. Luego tiró la llave a un charco de agua y se fue caminando en dirección contraria.

Cerró la puerta como todos los días pero era la última vez. Sin mirar atrás, se alejó lentamente tratando de evitar los charcos de agua.

Cerro la puerta otra vez, como siempre. Salió a la lluvia, a caminar por los charcos del día.

Cerró la puerta, luego cerró la verja, luego cerró su mente a los recuerdos. A paso cerrado avanzó bajo la lluvia.

Cerró la puerta con suavidad, se arrepintió y la abrió para volver a cerrarla de un golpe. LLovía, pero después de pisar algunos charcos dejó de importarle.

Cerró la puerta luego de echar un último vistazo al interior. Como las gotas de lluvia que le cayeron en la cara, sólo pasaría por allí esa única vez.

Cerró y se fue. Llovía.

Chicos

[12/1/2003]

Los chicos juegan a esconderse de ella. Cuando los encuentra, juegan a matarla. Ella se va caminando, llorosa y lenta, a abrazarlo al padre.

—Papá, me mataron.

viernes, 11 de enero de 2013

Agua

[11/1/2003]

Hoy es uno de esos días en que, más allá de cómo regule la ducha, el agua sale demasiado fría o demasiado caliente.

jueves, 10 de enero de 2013

En la cocina de mis padres

[10/1/2003]

En la cocina de mis padres hay dos ventanas que dan a un espacio lateral entre edificios. Al otro lado hay unos metros de jardín, un retazo de calle, otros edificios en hilera hasta lo que debería ser el infinito pero es sólo un par de cuadras más allá. Viven en el quinto piso.

Los vidrios de las ventanas son casi espejos cuando se los mira desde afuera. Desde adentro tienen un tono ahumado, con la virtud de apaciguar el mundo. Cuando las ventanas están cerradas, el exterior se ve más tenue, más amable, más tranquilo. Hasta los ruidos llegan amortiguados. Luego de un rato el color marrón claro empieza a parecer dorado.

Las cortinas tienen un estampado blanco y rosa, que por suerte hace juego con las puertas de la alacena. Vienen de Ramos Mejía, muchos años atrás, pasando por el otro departamento que mis padres tuvieron en Palermo. Esas cortinas conocieron ventanas de todos los colores.

Mi madre siempre pregunta si abre un poco porque hace calor, o si cierra un poco porque hace frío, o si abre un poco para que entre más luz, o si cierra un poco para evitar tanto sol. Mi padre pela su naranja con dedicación, como si aún estuviera aprendiendo la técnica que usa desde que tengo memoria.

Hablamos de médicos y de la historia de Ramos Mejía. Comemos pollo al horno. El tiempo sigue avanzando y no regresa, como si él también atravesara un vidrio casi espejo, de esos que no devuelven toda la luz que dejan pasar.

[10/1/2013]

Diez años después el tiempo insiste en seguir avanzando y no regresar. Mis padres murieron, los dos, en 2009. Ahora esa cocina es esta cocina, la mía. No suele haber pollo al horno ni naranjas, y ya no se habla de la historia de Ramos Mejía. Quité las cortinas, están guardadas. Algo permanece: los vidrios, que siguen siendo los mismos.

miércoles, 9 de enero de 2013

Un cuento sobre Harry Potter

[9/1/2003]

Hace un par de meses la revista Veintitrés me pidió un cuento "sobre Harry Potter". Lo escribí con muchísimo placer, y salió algo así como un homenaje humorístico a J. K. Rowling, a quien admiro.

Ahora Veintitrés me dio permiso para reproducir el cuento en Imaginaria. Quien tenga ganas de leerlo lo puede encontrar acá. (Es aconsejable haber leído al menos un Harry Potter.)

[9/1/2013]

Un poco de contexto. Rowling venía publicando regularmente tomo tras tomo. Pero el quinto libro de la serie se demoró y se demoró y se demoró. El cuento es una "explicación" de esa demora.

Por supuesto, sigue en Imaginaria, y en el mismo link. Pero además lo pongo acá, para que quede. La introducción entre paréntesis es la que apareció en Imaginaria.

Joanne hechizada


(Este cuento es un homenaje a la obra notable de Joanne K. Rowling. Fue escrito a pedido de la revista Veintitrés, que lo publicó en su número 228 bajo el título "El mejor de los hechizos", el 21 de noviembre de 2002, y nos autorizó a reproducirlo aquí.)

El fuego de la chimenea formaba figuras de aspecto humano que se movían con rapidez. Dos parecían estar discutiendo en una habitación luminosa, hasta que una de ellas se fue dando un portazo. Después surgió un paisaje, hecho de llamas oscuras donde debía haber sombra, y llamas brillantes donde debía dar el sol. Un auto se alejó hacia el horizonte por un camino de campo.

Era lo más parecido a un televisor que se podía encontrar en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Aburrido, el anciano de barba blanca y cabello aún más blanco que contemplaba el fuego desde un sillón hizo un gesto con los dedos, para apagarlo. No valía la pena. En particular, el sonido era pésimo. No había forma de imitar bien las voces humanas con el crepitar del fuego, aunque los motores de los autos salían bastante mejor. Además, en la oficina del director había demasiados retratos parlanchines, cuyo murmullo constante impedía oír bien.

La oficina del director. El anciano de barba blanca y ojos rodeados de arrugas miró a su alrededor la sala grande, hermosa y circular, como había escrito Joanne. Desde su percha dorada, Hawkes, el ave fénix, parecía otra vez un pavo desplumado... como había escrito Joanne. Joanne, Joanne, siempre Joanne, la que todo lo sabía, la que todo lo recordaba y, peor aún, la que todo lo escribía.

El anciano de barba blanca y túnica larga, director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, se frotó los ojos. No quería pensar en Joanne, necesitaba un descanso ahora que los estudiantes estaban de regreso para otro año de clases y los días eran largos y laboriosos, llenos de pequeños problemas, intrigas, confabulaciones, materias triviales que invariablemente requerían una decisión.

Pero no iba a tener tanta suerte.

Sobre un escritorio de madera negra había una piedra con forma de huevo, color violeta, tachonada de puntos brillantes. El anciano de barba blanca y sandalias la miró de reojo, como si supiera lo que iba a ocurrir (cosa que probablemente era cierta). Y justo cuando la miraba, la piedra empezó a rodar hacia él, y siguió rodando hasta el borde del escritorio. Varios personajes de los cuadros interrumpieron su relato de viejas proezas para ver lo que hacía. La piedra se detuvo un centímetro antes de caer, y empezó a dar saltos. Bam, bam, bam, golpeaba en la madera del mueble.

El anciano de barba blanca y anteojos redondos suspiró resignado, hizo otro gesto con los dedos, y la piedra, tan feliz como podría estarlo cualquier piedra, saltó a su mano y se abrió en dos, como una caja de sorpresas o un coco que tuviera una bisagra. El anciano acercó una mitad al oído y la otra a la boca.

Era lo más parecido a un teléfono que se podía encontrar en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

—¿Quién habla? —preguntó el anciano con una voz extrañamente juvenil para su edad.

—¿Cuánta gente tiene este número? —dijo alguien al otro lado.

—Joanne —dijo el anciano, y aspiró hondo para contener el impulso de cerrar la piedra.

Los personajes de los cuadros prestaron más atención. Algunos trataron de darle un codazo al vecino, olvidando que en medio estaban los marcos.

—Joanne, sí —dijo la voz—. Tenemos que hablar.

—Pero...

—Pero nada. La gente sigue esperando. Millones de personas están ansiosas, y tú no quieres dar el brazo a torcer.

El anciano de barba blanca y dedos nudosos alzó la vista hacia el techo, buscando paciencia.

—Es que has ido demasiado lejos, Joanne. El primer libro estuvo bastante bien, a todos nos gustó. El segundo, pasable. Hacia el tercero empezamos a sentirnos incómodos, y el cuarto...

—Tú mismo los aprobaste antes de que fueran a la imprenta.

—Es verdad, pero no esperábamos que tanta gente los leyera. Queríamos que un pequeño grupo de personas se enterara de nuestra existencia, para rescatar a los verdaderos magos que pudieran ocultarse entre ellas. No que millones de fanáticos se arrancaran los pelos para conocer la siguiente aventura.

Algunos personajes de los cuadros asentían con la cabeza. Otros sonreían con esa mezcla de picardía y condescendencia que sólo se logra desde una pintura en la pared.

—El éxito no fue mi culpa, ya lo sabes. En todo caso...

—En todo caso, nada. Si sólo fueran los libros... ¿Tenías que vender los derechos para hacer esas películas? ¿Tenías que explicar cada detalle de nuestro amado Hogwarts para que esos utileros... —buscó una palabra insultante, y decidió que no hacía falta—, para que esos muggles los reprodujeran con sus trucos baratos? ¿Tenías que...?

—No sigas —interrumpió la voz—. Ya me has dicho lo mismo cien veces. Yo no quería, pero la gente me presionaba. Tuve que hacerlo.

—¿Tuviste que hacerlo? —La cara del anciano, bajo su barba blanca, empezó a ponerse roja. —¿Tuviste que llamar la atención de incontables locos sobre el colegio, hasta obligarnos a mudarlo con paredes, sótanos, fantasmas y todo?

—Bueno, debes reconocer que gracias a mi ayuda financiera la mudanza no fue tan difícil.

—No es sólo el dinero, Joanne. Es el espíritu el que...

—¿Y la vista? ¿No me dijiste cuán bonito es el paisaje allí abajo, con el cerro Fitz Roy tan cercano?

—Eso es verdad. Aunque aún tengo problemas para tomar mate... Me quemo la lengua.

—¿Y la seguridad? ¿Cuántos seres malignos superan la pereza de viajar hasta tan lejos?

—No sólo los seres malignos tienen dificultades, Joanne. Te olvidas de los propios alumnos. ¿Sabes el tiempo que lleva viajar en el Expreso Hogwarts desde Londres hasta aquí? ¿Sabes cómo llegan de agotados los estudiantes? No pueden ni levantar sus propias escobas.

Risas ahogadas de las paredes, murmullos, ruido de burla: los habitantes de los cuadros habían visto el estado de los chicos.

—Está bien —dijo la voz del teléfono—. Reconozco que no todo ha sido bueno. Pero esto no puede seguir así. Hace más de dos años que salió el cuarto libro, y con el próximo sin terminar todos sospechan algo raro. Si no me quitas el hechizo sobre el quinto...

—¿Por qué lo voy a quitar? —interrumpió el anciano—. ¿Quién quiere más problemas?

—No eres razonable, no quieres oírme. Si me dejaras terminar de escribirlo, te darías cuenta de que no voy a poner en peligro a Hogwarts, ni a nadie relacionado con Hogwarts.

—Si te dejara terminar de escribirlo, nadie podría impedir que lo publicaras. Y entonces...

—Entonces qué.

—Un momento y te lo diré.

Sin separar el teléfono de su cabeza, el anciano de barba blanca y mirada sabia se levantó del sillón y caminó hacia una mesa baja que había entre dos ventanas. Sobre la mesa había un tablero formado por pequeñas piedras de colores. El anciano se sentó ante el tablero, sopló para activarlo y agitó los dedos a su alrededor. Las piedras fluyeron unas sobre otras para armar figuras, frases, números.

Era lo más parecido a una computadora que se podía encontrar en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Desde las paredes, varios pares de ojos se inclinaron hacia adelante con curiosidad. Los retratados no conocían bien la nueva tecnología, ese modo extraño que tenían los muggles de hacer algo parecido a la magia, pero sin magia. Para ellos debía haber trampa en alguna parte, aunque no pudieran detectarla.

El anciano leyó el contenido del tablero y dijo:

—Setecientos veintiocho muggles lograron encontrar el bosque encantado.

—El viejo bosque encantado —dijo la voz del teléfono—. El nuevo todavía sigue oculto.

El anciano no se dejó alterar por el comentario. Volvió a agitar los dedos, las piedras armaron otros dibujos.

—Mil doscientos cuarenta y dos muggles sufrieron heridas de diversa consideración tras echar mano de escobas mágicas.

—Hasta que ustedes tomaron la elemental precaución de ponerles candado.

El anciano resopló. Algunas piedras salieron disparadas fuera del tablero, pero una rápida combinación de giros y torsiones de la mano las devolvió a su sitio.

—Los dragones de Rumania están al borde de la extinción debido a que millares de muggles los persiguen.

—Y a que ustedes insisten en tenerlos escondidos.

El anciano apoyó la cabeza en la mano para buscar fuerza. Arrugó la nariz y obtuvo un último dato del tablero de piedras.

—Cientos de muggles han descubierto que fuiste alumna de Hogwarts, a pesar del formidable esfuerzo que hicimos para crearte una historia alternativa.

—Y todos los otros muggles están convencidos de que esos pocos son una manga de chiflados —dijo la voz del teléfono—. Si estas objeciones son lo mejor que tienes, mi querido amigo, entonces ya es hora de que levantes el hechizo de una vez.

El anciano de barba blanca y aspecto preocupado suspiró, desconectó el tablero de piedritas y se puso de pie, tomándose un tiempo para responder. Las caras de las paredes se pusieron serias.

—Joanne —dijo finalmente el anciano—, sólo quería que conocieras las noticias más recientes. Ya sabes que hay algo más importante que todo esto.

Fue el turno de la voz telefónica de suspirar.

—La época —dijo—. La bendita época.

—Lo hemos hablado tantas veces —dijo el anciano mientras se sentaba en su sillón, frente a los restos del fuego que ahora no transmitían ningún programa—. ¿Qué necesidad tenías de traer esas historias al presente? ¿Por qué no mantuviste las fechas originales?

—Ya te lo he respondido. Porque así tienen más interés para los lectores. Porque así son más próximas, más palpables. ¿Quién no se aburriría leyendo cosas que ocurrieron en tiempos de sus abuelos? ¿A quién le importarían los aprendices de hechiceros de casi un siglo atrás? ¿Quién se asustaría sabiendo que Voldemort fue derrotado hace ya setenta años?

—Joanne, nada de eso es...

—Y por encima de todo —siguió la voz del teléfono, sin hacer caso a la interrupción—, traje esas historias al presente porque así es más divertido.

Los personajes retratados, que se habían inclinado hacia adelante para oír mejor, se miraron entre sí. Algunos asintieron.

—¿Divertido? —el anciano dio el suspiro más largo de todos, y luego emitió un sonido que se parecía sospechosamente a la risa—. Ay, Joanne, siempre tienes la respuesta justa en el momento justo.

La voz del teléfono no esperó ni un instante:

—¿Vas a levantar el hechizo sobre el quinto libro, entonces?

El anciano de barba blanca dejó de reír.

—¿Sólo por una respuesta ingeniosa? No, Joanne. Estoy pensando en modificar todos los libros impresos, desde el primer ejemplar hasta el último, para que la época en que transcurren sea la real, setenta años atrás. ¡Para que nadie crea que esas cosas ocurren hoy! Recién entonces podría...

—¡Por favor! ¡Es una locura!

—Todo es una locura, Joanne, no lo olvides.

—Pero jamás permitiré que modifiques mi obra. No dejaré que...

—¿Tu obra? —el anciano se puso rojo otra vez—. Tu la habrás escrito, pero sin nosotros, sin mí, jamás habrías tenido qué contar.

La voz del teléfono hizo un silencio largo, mientras el anciano director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería se calmaba lentamente. Las figuras pintadas al óleo arrugaban el entrecejo, pendientes de lo que vendría a continuación.

—Tienes razón —dijo finalmente la voz del teléfono. Todos, desde el anciano hasta la última figura de la pared, se relajaron un poco—. Perdóname.

—Está bien —dijo el anciano—. Pero ahora me siento cansado, Joanne. Mejor hablemos mañana.

—De acuerdo, aunque no voy a permitir que...

Sin esperar el final de la frase, el anciano cerró las dos mitades de la piedra y la arrojó hacia el escritorio, donde tras un par de ruidosos rebotes quedó quieta y opaca. Las figuras animadas que lo rodeaban volvieron a su murmullo habitual. Allá afuera, una seguidilla de risas juveniles recordaron a todos que seguían teniendo por delante la tarea de educar a una nueva generación de magos y brujas.

El anciano de barba blanca y uñas frágiles se reclinó en el sillón, abrumado por las dudas y las responsabilidades, pero sobre todo por los recuerdos. Y sin darse cuenta, como siempre, se llevó una mano a la frente, allí donde la vieja cicatriz con forma de rayo casi había desaparecido.

En blanco

[9/1/2003]

En un weblog, el miedo a la página en blanco se reemplaza por el miedo al día en blanco.

martes, 8 de enero de 2013

Visto en Clarín.com hace un minuto

[8/1/2003]



Nunca la publicidad estuvo tan a tono con la noticia.

Eduarda

[8/1/2003]

Gabriel pregunta si existe el nombre Eduarda. Como ocurre cada vez con más frecuencia, la palabra la tiene Google.

Arañas

[8/1/2003]

A partir de hoy toda araña deberá llevar una pancarta con el nombre de su especie claramente escrito. De esta forma quienes tememos a las arañas podremos saber cuáles son peligrosas y cuáles no.

lunes, 7 de enero de 2013

La memoria del mozo

—Vamos a tomar una Fanta, una cerveza tres cuartos y un agua sin gas —le dije al mozo—. Y vamos a comer una pechuga de pollo a la parrilla, deshuesada, con papas fritas; costillas de cerdo con puré de manzana; y costillas de cerdo a la riojana.

El mozo asintió apenas con la cabeza y empezó a irse. Nos quedamos, como siempre, asombrados con esa memoria prodigiosa que permite a algunos humanos recordar tantas cosas dichas rápidamente y una sola vez. Entonces, a dos metros de la mesa, el mozo se dio vuelta.

—¿Era una Coca? —preguntó.

—No, una Fanta —contesté.

Bueno, un desliz cualquiera lo tiene. A los dos minutos el mozo trajo la Fanta y la cerveza.

—El agua era con gas, ¿no?

—No, sin.

—Ah, bueno.

Fue. Volvió con el agua sin gas.

—Una pechuga... —dijo, y se quedó esperando, como para que yo terminara la frase.

—Deshuesada, a la parrilla, con papas fritas —completé, obediente.

—No, eso ya lo sé —dijo el mozo—. Los otros platos se me fueron de la cabeza.

Así es como caen los mitos. Sin avisar.

*

En el mismo restaurante tienen el menú en castellano y, en una columna a la derecha de cada página, en inglés. Eso sí, nadie garantiza que si uno pide algo en inglés reciba lo mismo que si lo pide en castellano. La sección "Pastas", por ejemplo, poblada de spaghetti, ñoquis, ravioles y sorrentinos, está encabezada en la columna derecha con la palabra "Pastry". (Trampas de los diccionarios, se llaman esas cosas.)

domingo, 6 de enero de 2013

Planeta y satélite

[6/1/2003]


Bichos verdes

[6/1/2003]

Anoche hubo un ataque de esos bichos chiquitos de color verde, que buscan la luz, de los que no sé el nombre. Eran cientos sólo en la ventana del living, todos luchando para entrar cuando la abrí para sacar al balcón las zapatillas de Gabriel (era noche de Reyes): los sentí en la cara como una telaraña espesa. Antes de verlos mi mujer creyó que llovía, pero era el ruido de ellos chocando con cada vidrio de cada ventana.

No sé qué combinación de humedades, temperaturas, composición del aire, rayos ultravioletas, ausencia de predadores habrá hecho posible esa proliferación. Recuerdo que hubo muchos de estos bichos cuando yo era chico, pero mi memoria recorre décadas sin volver a encontrar tantos juntos.

Esta mañana, los que lograron meterse en el departamento para tomar un contacto directo con el Dios Luz estaban desparramados por el suelo. Los barrí antes que mi familia se levantara: junté media palita, como granos de arroz tostados, ya sin el color brillante de la vida. Debió haber muchos millones en el barrio.

Me pregunto a qué se habrán dedicado estos bichos antes de que los humanos descubriéramos el fuego y, con él, la luz nocturna.

Outlets

[6/1/2003]

Con la cantidad de outlets que están apareciendo en Buenos Aires uno debería sentirse satisfecho. Pero creo que no todas las necesidades están cubiertas, que hay sitio para otros outlets extremadamente útiles. Así que estemos atentos a las novedades que sin duda se irán produciendo. Desde aquí sugiero los siguientes:
  • Un outlet de psicoterapias.
  • Un outlet de trasplantes de órganos.
  • Un outlet de alfajores Havanna.
  • Un outlet de servicios fúnebres.
  • Un outlet de dólares.
  • Un outlet de servicios de seguridad.
  • Un outlet de ombligos con espejito.

Ah, no

[6/1/2003]

Estoy bajando en un ascensor, parado en las puntas de los pies y apoyándome precariamente en una pared para evitar un charco de pis que hay en el piso. Voy con Jorge Varlotta y con una chica rellenita, vestida de verde, que dice llamarse Moisés pero no se cambia el nombre porque es artista. El lugar, una especie de hotel donde se aloja alguien que ahora quedó fuera de cuadro y ya no sé quién es. Llegamos a una planta baja de shopping. Quiero tomar una cerveza pero nadie me querrá acompañar. Y entonces... Ah, no, era un sueño.

sábado, 5 de enero de 2013

Aire libre

[5/1/2003]

Esta tarde vamos a ir al aire libre, a una pileta, y es algo tan inusual que por eso el clima no sabe cómo tratarnos: se nubla pero el sol asoma a investigar la situación; hace un calor de locos pero el viento sacude las ventanas. ¿Y ahora qué hacemos?, se preguntan los elementos, allá donde sea que juntan sus cabezas desorientadas para llegar a alguna conclusión.

Miedo

[5/1/2003]

Este médico que trata con pacientes terminales desde hace años tiene, en cierto momento, de una forma irracional, un espantoso miedo a la muerte.

Mañana de domingo

[5/1/2003]

Mañana de domingo, las nueve menos cuarto. Soy el único despierto en mi casa. Es que empiezo temprano a dar vueltas en la cama, a sentirme incómodo, y muchas veces termino levantándome cuando todavía no hace falta. El resultado es que las cosas tardan en acomodarse, todo funciona a medias: la cortina de mi ventana está a medio correr, la puerta de mi habitación a medio abrir, el fragmento de ciudad que queda ahí afuera a media máquina. Hay un cielo medio despejado. Y estoy a medias convencido de que esto que pongo aquí no significa nada.

Entonces (nueve menos siete minutos) aparece mi hijo. Abre un poco más la puerta, tapándose los ojos por la luz. Me dice:

—Voy al baño y después te saludo.

Se va. Escribo estas tres o cuatro últimas líneas, y ahora, en este instante, Gabriel vuelve, se mete entre mis brazos, se rasca la cabeza entre mis ojos y el teclado, y me abraza. Dos minutos después, ahora, iré a prepararle la leche, con lo cual el día se pondrá finalmente a andar.

viernes, 4 de enero de 2013

Cierra la puerta

[4/1/2003]

Cierra la puerta de su casa con llaves, cerrojos, candados, para que nada salga.

[4/1/2013]

El sexto de los textos que se abrieron paso hasta El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo.

Los anteriores están acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).

jueves, 3 de enero de 2013

Espectáculo

[3/1/2003]

Se levanta el telón. El escenario está a oscuras, mientras la platea sigue iluminada. Todos esperan. No pasa nada. A los pocos minutos arrancan las protestas. A la media hora la gente se empieza a ir. Hay gritos, insultos, silbidos. Piden que les devuelvan la plata de la entrada, pero no hay nadie del teatro. Desaparecieron los acomodadores, los boleteros, el personal de seguridad. Llaman a la policía y viene un par de patrulleros para sumar algo de ruido. Intervienen un juez, que termina clausurando la sala, y varios periodistas, que hacen preguntas y toman fotos. Más tarde quedan algunos curiosos, pero ya no hay nada que hacer en el lugar. Cuando los últimos se van, los verdaderos espectadores aplauden sin entusiasmo.

miércoles, 2 de enero de 2013

El guerrero

[2/1/2003]

El guerrero disparó el lanzarrayos y tres extraterrestres se disolvieron en el aire: el que se había disfrazado de árbol, el que se había disfrazado de ventana y el que se había disfrazado de chimenea. Los otros extraterrestres abandonaron las pieles falsas y corrieron, volaron, levitaron, se arrastraron o se teleportaron a sus naves espaciales.

Aliviado, el guerrero giró sobre sí mismo y quedó acostado boca arriba, con la espalda apoyada en el césped. Era cómodo el césped, acolchado, suave. Allá arriba el cielo estaba despejado, azul profundo, pero si lo miraba fijo aparecían esas manchitas esquivas, esos retazos de irrealidad que los ojos le ponían a las cosas lisas y luminosas. Más alto, en algún lugar, la nave madre orbitaba el planeta, repleta de seres malvados pero, afortunadamente, cobardes.

El lanzarrayos era de plástico verde, alargado y redondeado, con una culata de tipo pistola y una luz en la punta que parpadeaba al apretar el gatillo. Pero lo mejor era el ruido, una especie de ronronear de auto, acompañado por una vibración que se transmitía a la mano.

El guerrero apretó el gatillo, distraído, sólo para sentir la vibración y el ronroneo, y luego lo apretó un poco más. Pero ahora no pensaba en extraterrestres, sino en las formas de los árboles que se recortaban contra el cielo azul lleno de manchitas. La brisa agitaba las ramas, y dos árboles enfrentados, uno a la izquierda del guerrero, otro a la derecha, se movían de un lado al otro como atacando y retrocediendo. Era algo hipnótico. Se podía mirar las ramas y las hojas de las ramas durante un largo tiempo, una enorme cantidad de vaivenes, esperando que alguna vez se juntaran.

Otra buena idea para los extraterrestres: disfrazarse de hojas de árbol. El guerrero alzó la mano con su arma y disparó. Como el ronroneo parecía insuficiente, lo ayudó haciendo zumbidos con la boca:

—Zamm, zamm, zamm.

Una mujer gritaba algo, allá en el patio, junto a la casa. No hacía falta entender las palabras, porque siempre eran las mismas. El guerrero esperó un poco, luego se impulsó hacia un lado para apoyarse en manos y rodillas, dio una vuelta carnero y aprovechó el empuje final para ponerse de pie.

—Ya voy —dijo, y se fue a tomar la leche.

Eucaliptos

[2/1/2003]

Acabo de comprar una resma de papel marca Report. En medio de la lista de ventajas que trae usar ese papel (que aparecen al dorso del envoltorio), me encuentro que está hecho de "bosque renovable de eucaliptos". Con lo que me gustan los eucaliptos, el olor, la sombra, los troncos de varios colores, el aspecto que tienen en torno al lago de Palermo donde estuvimos ayer dando una vuelta. Imprimir en ese papel va a ser como llenarle la cara de sellos a un amigo.

martes, 1 de enero de 2013

Gabriel dibuja seres voladores

[1/1/2003]

1:



2:



El 2002 no quiere terminar

[1/1/2003]

En este weblog parece que el 2002 no quiere terminar. Todavía sigo agregando cosas a un post de tres días atrás, que a esta altura va tomando proporciones bíblicas (bueno, admito que me gusta exagerar; me gusta muchísimo exagerar). Se trata de frases donde una misma sílaba se repite varias veces consecutivas. Hay desarrollos variados, con colaboradores también variados, y el record actual es de 14 apariciones consecutivas de una misma sílaba, algo impensado hace poco. Además, el tema tiene nombre: cacafonías. Pasen y vean.

[1/1/2013]

Las cacafoníaas están aquí, en MW+X.